Desafiando años de prejuicios, hoy el club Atlético
Boca Juniors, de la mano del encargado de su indumentaria y sponsor Nike, lanza una camiseta alternativa
color rosa.
Es cierto, no es la primera en el mundo del futbol:
la Juventus, el Palermo, el Sevilla e inclusive en nuestro país Racing Club, por nombrar solo algunos ejemplos, ya incursionaron en el preferido de Dior. También
es conocida la camiseta rosa del club
francés de rugby Stade Francais, la cual en algunas versiones incluye
estampados animal print y de flores. Sin embargo pensar que uno de los clubs
más populares de la argentina incorpore para su equipo y por solución de
continuidad en sus tribunas, un color que históricamente ha sido asociado al
mundo femenino, resulta al menos llamativo.
Las reacciones en contra de la incorporación de este
color al mundo bostero, se expresan principalmente en la redes sociales,
asociadas a cuestiones que hacen a la identidad del club, algo que también sucedió cuando se presentó la camiseta con dos
vivos blancos separando el amarillo y el azul o bien hace algunos meses con la antecesora
del rosa, la violeta. Los debates también discurren sobre estrategias de
marketing que apelan a falsos mitos, ya
que según dicen los entendidos “No existe ninguna evidencia documental oficial
de Boca Juniors (ni en actas, ni memorias y balances, ni fotos) acerca de la
existencia de una camiseta rosa en el tiempo en que se le asigna el uso”.
Por otro lado, la presentación de esta remera, en el
interior de un universo simbólico cargado de sentidos clásicos sobre la
masculinidad (obviemos las crecientes demostraciones de metrosexualidad)
resulta un buen disparador para reflexionar sobre los mitos y tabúes asociados
al vestir masculino. Se hubiera producido
el mismo revuelo si la camiseta fuera
naranja?
Lo cierto es que
la asociación del rosa, al mundo femenino resulta, como casi todo en la moda,
de una construcción social. Luego de la
revolución francesa y como expresión de una trasformación del orden social, la
nobleza con sus lujos y excesos quedara rezagada frente a una burguesía pujante que ocupa nuevos lugares
de poder y la división sexual de la ropa
se verá repentinamente más acentuada. Así a partir del siglo XIX, se reforzará
el dimorfismo sexual, no solo prohibiendo explícitamente el uso de pantalones
entre las mujeres sino también al inaugurar un periodo en el que se proclaman
una moda para la mujer y una no moda para
el hombre. Desde aquel momento, lejos quedarán los moños, las cintas, los
encajes y la paleta de colores pasteles que acompañaron a los grandes monarcas
franceses durante el siglo XVII y XVIII; y la manera de vestir masculina quedará asociado
a una estética más austera, rígida y oscura.
Mas cien años después, aún vemos en los modos de
vestir masculino expresiones de aquella “renuncia
a la moda.” y la oposición radical y contante en todos los aspectos al
traje femenino, siguen presentes. Hay colores, materiales, avíos, tipologías y
texturas visuales, que parecen naturalmente pertenecientes al mundo del vestir
femenino y que por convención son desestimados por los diseñadores para incorporar
en la ropa masculina. En las pasarelas se ven propuestas más osadas, sin
embargo a las vidrieras poco de eso llega y mucho menos a las calles y al uso
generalizado.
De un tiempo a esta parte, la propia noción de género
está siendo discutida. Deberá entonces ser el diseño quien de cuenta de esto e inclusive
impulse romper con mandatos estéticos, que empobrecen las posibilidades indumentarias
de los hombres. Tal vez la bombonera teñida de rosa, sea un buen punto de
partida.
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