Dadaismo


El dadaísmo.
Desde 1914 la Primera Guerra Mundial arrasa los países europeos. Millones de hombres son llamados a defender con las armas las ideas de nacionalismo y grandeza que resuenan en sus respectivos países. Algunos se niegan a participar en la matanza generalizada; entre ellos, también unas docenas de artistas e intelectuales. ¿Qué hacer entonces para evitar la cárcel a la que conduce el negarse al ir a los campos de batalla? En el centro de Europa se encuentra Suiza, que permanece neutral en el conflicto. Allí acuden algunos de esos artistas y literatos a los que les seguimos la pista. En la ciudad de Zurich unos pocos se reunen con cierta asiduidad en el Cabaret Terrase. En 1916 este grupo está nucleado en torno al escritor rumano Tristán Tzara. Un día acuerdan entre todos celebrar una especie de fiesta en la que se canten canciones de los distintos países que participan en la guerra, un cabaret Voltaire, internacional, que una a los pueblos por encima de las armas y la destrucción. Pronto el grupo lanza un manifiesto, pero hace falta autodenominarse. Se emplea para ello la palabra Dadá, hallada casualmente en un diccionario y que no significa nada específico, sólo la onomatopeya de lo que se supone es el primer balbuceo lingüístico de un bebé.
Así, en ese ambiente antibelicista, surgió el dadaísmo. Y de este espíritu inicial, bastante escéptico con un mundo despiadado como el de entonces, toma esta corriente su actitud ante la literatura y ante el arte, surgiendo la idea de que destruir es también crear. Por eso, en el campo artístico, Dadá va a plantear que lo que no es arte puede serlo, que lo bello y lo feo forman dos caras de la misma realidad, que la tradición debe ser rechazada y que lo espontáneo e improvisado puede dar origen a verdaderas creaciones artísticas. Aunque, por ser coherentes, lo que se niega en sí mismo es el propio concepto de Arte
Algunos intereses comunes identifican a todo este gran grupo dadá: expresar el estado de ánimo negativo a través de la destrucción, frente a la hecatombe bélica. El manifiesto de 1918 dice: el arte es una idiotez... todo lo que se ve es falso. Además se sienten desencantados, personalmente, ante lo absurdo de la política y adoptan un aire anárquico, tomando el lema de Bakunin como bandera en el campo artístico: la destrucción también es creación.
La forma que adoptan es la provocación, el escándalo, la destrucción como manifiesto de ruptura y negación del arte. El dadaísmo critica al arte y a la cultura burguesa, niega la racionalidad habitual y extiende la crítica al capitalismo y al fascismo. Partiendo de estos pensamientos, dadá es una de las vanguardias más radicales que imponen una auténtica mutación en el arte contemporáneo. Se abandonan las preocupaciones estéticas tradicionales, y el espíritu de ruptura a través del escándalo, provocando una gran libertad creadora que da sus frutos en collages, fotomontages y pinto-esculturas, técnicas que se mantendrán de moda en la década de 1960-1970.
Desde su núcleo inicial, en el que participan artistas como los franceses Jean Arp (1886-1966) y Francis Picabia (1879-1953) o el rumano Marcel Jank (1895-1984), el dadaísmo se extiende a otras partes. Surgen grupos dadaístas en Berlín, en Nueva York, en París. Será precisamente en Nueva York donde algunos de esos artistas cosechen sus mejores triunfos artísticos, ellos que renunciaban al arte. Es el caso de Man Ray, o de Marcell Duchamp. Pero cuando les alcanza el triunfo artístico la guerra ya ha terminado y el dadaísmo se retira de escena, aunque los dadaístas siguieron trabajando en las trincheras del arte.

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