Articulo Publicado en Revista Bella Abril 2011
Moda, más allá de los prejuicios
Por Coti Cubas
Sin duda en el mundo posmoderno, la moda refleja un culto explícito a
las apariencias y a la sociedad de consumo: se veneran cuerpos perfectos,
prendas millonarias y se propone el recambio de estilo de manera constante, con
el único objetivo de sostener una industria que factura millones cada año. Pienso
que ya se ha debatido lo suficiente sobre estos aspectos como para ahondar más en
ellos; cual
abogada de diablo, mi interés se centra en poner de relieve aspectos poco
reconocidos del “universo fashion”, aquellos que sobreviven
detrás de esta exaltación de lo vano y superan su dimensión más vil. Me
propongo reflexionar en torno a dos prejuicios fundamentales que sobre la moda
recaen y creo, es tiempo desmitificar.
“La moda es simple
imperio de lo efímero y la superficialidad”.
Quizás sea este el prejuicio más común
sobre la moda, y a partir del cual toda una serie de creencias se estructuran.
Además, parece el más difícil de negar, porque hay en su raíz algo de verdad. El
malentendido radica en pensar que la moda solo se trata de “cosas bonitas” y
que la indumentaria únicamente está ligada a la función de ataviar o embellecer
el cuerpo. Pero esto no es así, las distintas maneras de vestir de una persona aparecen
siempre vinculadas a otras cuestiones más complejas y significativas, aún sin
darnos cuenta.
Una simple prenda de vestir nos habla
sobre la situación económica de su usuario, un traje establece jerarquías y posiciones
sociales, cierto accesorio indica pertenencia a un grupo, un color determina
diferencias de género o edad, el tipo de escote revela concepciones en torno al
cuerpo y al pudor de su portadora, el largo de una falda puede enunciar creencias
religiosas o determinar ciertos principios ideológicos. Cómo me visto habla de
quién soy, o quién deseo ser, en qué creo y en qué no, y sobre todo, habla de
la relación que establezco con el entorno. Entonces, a través de la ropa puedo
manifestar lo que pienso y lo que siento, la sociedad puede ser cuestionada y aún transformada. Sobran los ejemplos en
la historia de prendas y estilos que fueron banderas de revoluciones de
diversas índoles, desde la incorporación del pantalón al vestuario femenino,
que estuvo íntimamente ligada a la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo,
pasando por la moda punk y hippie a través de las cuales los
jóvenes discutieron los valores de la sociedad
de consumo, hasta la actual tendencia a la moda andrógena que desafía la distinción de géneros sobre la cual se
estructura gran parte de la historia de la humanidad.
“El diseñador de
indumentaria estudia corte y confección”.
Las ideas erróneas generalizadas
acerca de esta profesión radican en varias cuestiones: la falta de conocimiento
sobre el contenido de la carrera, la comparación con otras disciplinas ya
consolidadas y la propia imagen que algunos diseñadores han popularizado en los
medios de comunicación. Si a esto sumamos las condenas morales que sobre la
moda pesan, no es de extrañar que la figura del diseñador se encuentre algo
bastardeada.
Cada año, el testimonio
de las ingresantes a la carrera de diseño de indumentaria se repite, relatando
cómo debieron estudiar dos años de abogacía o bien directamente perder un año
porque sus padres no deseaban que fueran “costureras”. En nuestra ciudad, las
cosas parecen aún más complicadas, dado que nos encontramos frente a una
carrera con pocos años de desarrollo, y con una cultura del diseño que si bien
lleva años en marcha, todavía no consigue la legitimación social que se merece.
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